CAPÍTULO VII
Leonor
estuvo mucho tiempo sin salir de casa, pero mi abuela recuerda lo bien que se
lo pasaba en la huerta con su hermana y las trastadas que hacían y la pila de
veces que Leonor las tenía que castigar. Además, el tema de los castigos era
muy, muy duro. Mi abuela cuenta que una vez que se puso muy pesada le metió la
cabeza en un recipiente donde se recogía el agua de lluvia.
Una vez su
hermana Norín, que era muy mentirosa, se empeñó en decir que había visto una
serpiente en el tronco de una palmera. Tuvieron que quemar parte del tronco
para hacer desaparecer a la serpiente y que ella se quedara tranquila. Aún se
conserva la palmera (dracena) en la huerta con el tronco hueco.
El único
motivo por el cual mi bisabuela Leonor salió de casa en los tres años
siguientes a la muerte de Esteban fue la boda de Manuel, su hijo.
Manuel se
casó en febrero de 1950, tan solo unos meses después de que Leonor se quedara
viuda. Se casó con Maruja, una joven de buena familia y no se fue a vivir muy
lejos, pues se construyó una pequeña casita en la parte más alta de la finca. Él
seguía trabajando en el negocio familiar, pero, como ya conté en el capítulo
anterior, la muerte de Manina cambió mucho las cosas.
Quetina e
Ignacia nunca se dedicaron a las labores administrativas del negocio. Ignacia
era la cocinera de la casa. Estaba siempre en la cocina y por la tarde se
encerraba en su habitación con una botella de licor y no se ocupaba de nada
más. Por su parte, Quetina era la artista. Se dedicaba más a los arreglos
florales, pero no tenía ninguna habilidad para los libros de cuentas. Leonor
también tenía muy buena mano con las plantas y conseguía maravillosas plantas
en los invernaderos. Eran famosas sus begonias, que cultivaba en uno de los
invernaderos de la casa envolviendo sus raíces en musgo. Manolo, por su parte,
había aprendido de Manina todo lo que se refería al negocio y planteó poner una
tienda de flores en el centro de Santander. Leonor no puso ningún problema a
semejante idea; yo creo que no lo pensó muy bien, pues ella se quedaba en casa
con dos niñas pequeñas a las cuales había que criar. Pero también hay que pensar que la mentalidad
de la época primaba al varón por encima de la mujer, por ese motivo no es
difícil de entender que las Tías y Leonor no pensaran mucho en su propio
porvenir y sí en favorecer el porvenir del único hombre de la familia, en esos
momentos.
El centro de
Santander había cambiado mucho después del incendio que asoló la ciudad en
febrero de 1941. En 1950 se estaba reconstruyendo aún todo el centro comercial
de la ciudad.
Voy a
aprovechar para contaros algunas curiosidades sobre el incendio de Santander.
El desencadenante de la catástrofe fue el fuerte viento sur que azotaba la
ciudad la tarde del día 15 de febrero de 1941. La velocidad máxima que alcanzó
se desconoce, puesto que los instrumentos de medición de Santander fueron
destruidos por el temporal, pero se calculan rachas superiores a los 180
kilómetros por hora. El incendio se inició en la calle Cádiz,1 en las
proximidades de los muelles.
Durante el
día 16 prosiguió el incendio, llegaron bomberos de Bilbao, San Sebastián,
Palencia, Burgos, Oviedo, Gijón, Avilés y Madrid. Ya en el día 17, la ausencia
de viento favoreció los trabajos de extinción, aunque no estaría totalmente
extinto hasta quince días después.
El día 18 arribó
a puerto el crucero Canarias, que aportaría suministros y comida a la
población. El cambio del viento en dirección noroeste y el comienzo de la
lluvia ayudó a las labores de los bomberos. Se limpió la atmósfera de la ciudad,
pero aumentó considerablemente el riesgo de derrumbamientos.
Los focos
principales del incendio se consiguieron apagar en los tres primeros días, pero
gran parte de las ruinas y edificios destruidos albergaban llamas en su
interior en los días posteriores. Tras quince días desde el comienzo del
incendio, se dio fin a la catástrofe.
En general,
el fuego afectó a las calles estrechas con edificios básicamente construidos de
madera y con miradores que facilitaron la difusión de las llamas.
El resultado
fue la destrucción casi completa de la zona histórica de la ciudad.
Desaparecieron fundamentalmente edificios de viviendas en gran parte ocupadas
por clases populares. Se destruyó la mayor parte de la puebla medieval: el
total fueron 37 calles de las más antiguas de la ciudad que ocupaban 14
hectáreas, lo que supuso la desaparición de 400 edificios, entre viviendas
(2000 aproximadamente) y comercios. El de Correos fue uno de los pocos edificios de la
zona que se salvaron de la catástrofe.
La zona
afectada se caracterizaba, además, por constituir el centro de la ciudad, el
eje donde estaban emplazados la mayor parte de los establecimientos comerciales
del Santander de aquel entonces. Se ha calculado que el incendio destruyó el 90
% de los locales destinados a esta actividad.
Hubo
alrededor de 10.000 damnificados y unas 7000 personas en paro forzoso. El
incendio causó una sola víctima, Julián Sánchez García, un bombero madrileño. A
pesar de eso, el daño material fue inmenso y miles de familias perdieron sus
hogares.
La
valoración material de las pérdidas se cifró oficialmente en
85.312.506 pesetas.
El número de damnificados ascendió a unas
10.000
personas, lo que, teniendo en cuenta que la población de hecho de la ciudad en
1940 era de 101.793 habitantes (INE), supuso que quedasen sin vivienda
aproximadamente un 10 % de los santanderinos y un buen porcentaje de ellos
perdiese sus negocios y empresas. Cabe destacar que, en 1941, España estaba en
plena posguerra y la situación socioeconómica no era muy favorable, por lo que
una catástrofe de esta magnitud acrecentó la mala situación por la que pasaban
tanto la ciudad como la región.
Como
consecuencia del incendio, quedaron libres 115.421 m² de suelo urbano
magníficamente situado en el centro físico de la ciudad de Santander, que
fueron expropiados para concentrar los solares. Fue, por tanto, una ocasión
excepcionalmente favorable para dejar terrenos a disposición de negocios
inmobiliarios en una zona donde el valor del suelo era y es objeto de una
creciente plusvalía, lo que provocó que se especulara con dichos terrenos para
poder favorecer a las clases altas de la ciudad.
Manuel finalmente
alquiló un local en el centro de Santander y, como no podía ser de otra manera,
le puso a la tienda de nombre “Las
Floristas”.
Cuando en la
casa empezaron a tener problemas económicos decidieron vender una parte de la
finca para edificar. Manuel se quedó con
un trozo del terreno, con la ayuda económica de su suegro, donde edificó una
casa más grande que aún se conserva.
El suegro de
Manuel era prestamista. Él prestaba dinero o entregaba vales de comercios a
gente que lo necesitaba y luego lo cobraba con muchos intereses. La gente iba a
pagar la deuda a la tienda de flores.
Manolo se
llevó el negocio al centro de Santander y en la casa el trabajo que llegaba se
derivaba a la tienda, así que cada vez entraba menos dinero y el dinero que les
había proporcionado la venta de parte de la finca se iba acabando.
Por otra
parte, mi abuela y su hermana crecieron. Mi abuela comenzó a trabajar en la
tienda de flores y su hermana entró a trabajar en la fábrica de tabacos de la
calle Alta, “La Tabacalera”.